viernes, 10 de enero de 2014

El verdadero maestro no es aquél que te presta sus alas, sino el que te ayuda a desplegar las tuyas.

Las experiencias que tienen los niños en los primeros años de escuela, de alguna manera los marcan, ya que se van integrando a su personalidad, a su forma de ver el mundo y de enfrentar la realidad.
Hay mensajes, implícitos o explícitos que les proporcionan los ladrillos para ir construyendo barreras que después tendrán que derribar para encontrar su creatividad enterrada. El cemento con que se van uniendo estos ladrillos son la inseguridad, la baja autoestima y el temor a ser rechazado o ridiculizado.
Veamos qué hacemos los educadores para enterrar la creatividad:
  • Avergonzar al alumno cuando comete algún error.
  • Marcar normas sin posibilidad de cambios.
  • Utilizar excesivamente recompensas que, a la larga, matan la motivación intrínseca del alumno.
  • Plantear expectativas inadecuadas respecto de la capacidad del alumno.
  • Pensar que el tocar temas de fuera del programa es perder el tiempo.
  • Fomentar la competencia entre los alumnos.
  • Emplear estereotipos y generalizaciones para evaluar el trabajo del alumno.
  • Restringir la libertad para elegir respecto de la forma de llevar a cabo las actividades.
  • La supervisión constante del trabajo
  • Ignorar sus esfuerzos y logros haciéndolo sentir que nunca es suficiente.
  • Enfatizar que el control exclusivo del profesor.
  • «señalar» a los que salen de la norma, a los que hacen preguntas inusuales, a los que se expresan con dificultad, a los que son más tímidos, etcétera.

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